Alfonsina intervino en la creación de la Sociedad Argentina de Escritores y su participación en el gremialismo literario fue intensa.
Se mudó al décimo piso de la calle Córdoba y Esmeralda y desde allí siguió escribiendo poemas para La Nación y recibió a sus amistades en una pequeña sala adornada con flores, fotos y dibujos hechos a lápiz que presentaban su rostro afilado.
En 1928 fallecieron Roberto J. Payró y el poeta Francisco López Merino, este último por suicidio. No se sabe si Alfonsina concurrió al entierro de Payró pero sí que Quiroga dijo unas palabras. De Merino era amiga; se habían conocido en el hall de un hotel en Mar del Plata durante una celebración literaria. Allí, ante un comentario de Merino sobre el clima desagradable, Alfonsina replicó: «sí, sí, pero ideal para estar entre dos sábanas, con alguien como usted, por ejemplo».
Ese mismo año se mudó a Rosario por un año. Le comentó a su hijo que había estado con su padre que estaba muy enfermo, según comentó éste en una entrevista. En ese año también se intensificaron sus manías y se sentía perseguida, pese al reconocimiento de sus pares. Se cree que se reprochaba el hecho de no darle un padre a su hijo. Se creía observada por los mozos de los cafés, los guardas de los tranvías y casi todo ciudadano normal que se cruzara con ella. Para intentar distraerla, su amiga Blanca de la Vega, compañera de las cátedras del Conservatorio de Música, planeó un viaje a Europa que realizaron ese mismo año, y lo repitió en 1931, en compañía de su hijo. Allí conoció a otras escritoras, y la poeta Concha Méndez le dedicó algunos poemas.
En Madrid visitó el Lyceum Club formado por las parejas de los intelectuales y la Residencia de Señoritas que dirigía María de Maetzu, donde vivían las estudiantes que cursaban sus carreras en esa ciudad europea. En ambos lugares dio conferencias y cursos destacándose una titulada Una mujer ultramoderna y su poesía, la cual fue comentada por Eduardo Marquina y Enrique Díez-Canedo en el diario El Sol.
Una anécdota cuenta que en el salón de conferencias de la Casa de Prensa una persona que vestía medallas y galones le solicitó su invitación. Alfonsina le dio la mano y lo saludó; se trataba del portero Otra anécdota la ubica en una cena en la Cámara del Libro en su honor, donde la tarjeta costaba cincuenta pesetas. Allí, las ostras eran tan difíciles de comer que Alfonsina declaró con humor que, perteneciendo a una república democrática donde el río no produce ostras, le era más fácil realizar un soneto que comer tan caro. En este homenaje conoció al novelista Carlos SoldevillaJosé María de Segarra.Este último escribió en El Mirador una crónica en su homenaje que puso muy contenta a Alfonsina y, además, la comparó con Rubén Darío. y al poeta catalán
En ese viaje visitaron Toledo, Ávila, El Escorial, Andalucía, Sevilla, Córdoba y Granada. Además, conoció el palacio de la marquesa de Villanueva, pero no se sintió cómoda ante tanto boato y le comentó a su amiga que al palacio «le vendría bien algo de barro para hacerlo más humano». En una visita que realizó a una familia de su amiga Blanca en Murcia, cuyos miembros eran muy religiosos y poseían un oratorio en su propiedad para celebrar misa, le preguntaron a Alfonsina a qué hora escuchaba misa, y ella respondió: «a toda hora». Había sido advertida por su amiga que fuera prudente. Además concurrió a misa, cosa que solía no hacer. El viaje finalizó con una visita a París y a su ciudad natal, Sala Capriasca, en Suiza.
El segundo viaje a Europa lo realizó con su hijo de veinte años; visitaron las ruinas de Pompeya y la ciudad de Ginebra. A su regreso se instalaron en una pensión de la calle Rivadavia al 900, muy cerca del café Tortoni.
Alfonsina participó de la peña del Tortoni junto a Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto y Pascual de Rogatis, entre otros. La peña se llamaba Signos y desde allí se hicieron las primeras emisiones de la radio Stentor y otras actividades culturales. El escritor Federico García Lorca no dejó de ir ni una sola noche en su visita a Buenos Aires de 1934.
En Buenos Aires la visitaron en su casa de la calle Rivadavia, Luisa Albornoz, una amiga de años y presidenta de la Asociación de Bachilleres del Liceo Nro. 1 y un grupo de muchachas, entre las que se encontraba Julieta Gómez Paz, que integraron la subcomisión de Cultura. Durante la visita le solicitaron que realizase una conferencia, petición que aceptó a cambio de la lectura de su obra Cimbelina en 1900 y pico que estaba en etapa de pruebas. El encuentro se realizó a las 17:30 horas del 17 de octubre de 1926 en el salón de actos del Museo Social Argentino que por entonces funcionaba en Maipú al 600. Asistieron profesores del establecimiento y se notaron las ausencias de sus autoridades.
Julieta recordó que la encontró sentada en la platea de un salón de actos de la calle Florida donde recitaba un mal actor, y que cuando se acercó a saludarla ella la invitó a sentarse a su lado. La joven le manifestó su enojo por la pobreza y falta de recursos del espectáculo y Alfonsina la llevó a saludar al actor que la había invitado especialmente.
En 1931, el Intendente Municipal José Guerrico nombró a Alfonsina jurado: era la primera vez que ese nombramiento recaía en una mujer. Alfonsina se alegró de que comenzaran a ser reconocidas las virtudes de la mujer y afirmó en un diario refiriéndose a su designación: «La civilización borra cada vez más las diferencias de sexo, porque levanta a hombre y mujer a seres pensantes y mezcla en aquel ápice lo que parecieran características propias de cada sexo y que no eran más que estados de insuficiencia mental. Como afirmación de esta limpia verdad, la Intendencia de Buenos Aires declara, en su ciudad, noble la condición femenina».
En 1932, publicó sus Dos farsas pirotécnicas: Cimbelina en 1900 y pico y Polixena y la cocinerita. También colaboró en los diarios Crítica y La Nación y sus clases de teatro fueron su rutina diaria.En un artículo publicado en la revista El Hogar ese año, se quejó de la fotografías que le tomaron, ya que se notaban sus cuarenta años, y, según ella, los ojos parecían garabatos y la nariz un muñón deforme.
Alfonsina viajó a menudo a una casita que su amiga María Sofía Kustow («Fifí») construyó en un campo en Colonia, en el Real de San Carlos. Esa propiedad figura hoy en los folletos turísticos como la casa de Alfonsina. Viajaba de improviso porque le gustaba la limpieza de sus habitaciones y los postres de leche. Su amiga Fifí era divertida y alimentaba las vacas con los frutos que cosechaba de los árboles.
También en esa época inició amistad con la poeta Haydée Ghío, con quien concurrió a la Peña del hotel Castelar, donde Alfonsina cantaba de mesa en mesa algunos tangos acompañada por el piano. Así la recuerda Conrado Naxlé Roxlo interpretando Mano a Mano y Yira Yira. También en este lugar conoció a Federico García Lorca durante su permanencia en Buenos Aires entre octubre de 1933 y febrero de 1934. El poema Retrato de García Lorca, que fue publicado en Mundo de los siete pozos, le fue dedicado a él y tiene frases premonitorias de la muerte del poeta español.
Apagadle
la voz de madera,
cavernosa,
arrebujada
en las catacumbas nasales.
Libradlo de ella,
y de sus brazos dulces,
y de su cuerpo terroso.
Forzadle sólo,
antes de lanzarlo
al espacio,
el arco de las cejas
hasta hacerlos puentes
del Atlántico,
del Pacífico...
Por donde los ojos,
navíos extraviados,
circulen
sin puertos
ni orillas...
la voz de madera,
cavernosa,
arrebujada
en las catacumbas nasales.
Libradlo de ella,
y de sus brazos dulces,
y de su cuerpo terroso.
Forzadle sólo,
antes de lanzarlo
al espacio,
el arco de las cejas
hasta hacerlos puentes
del Atlántico,
del Pacífico...
Por donde los ojos,
navíos extraviados,
circulen
sin puertos
ni orillas...
En Montevideo acudió a las reuniones organizadas por María V. de Muller, fundadora de la asociación de Arte y Cultura que celebraba los encuentros en el paraninfo de la universidad, lugar al que asistían la mayoría de escritores latinoamericanos del momento. Alfonsina fue invitada y recitó Polixema y la cocinerita el 12 de julio de 1934. La señora de Muller le prestó una habitación en su casa para que se aloje, donde tenía los vidrios oscurecidos para que la luz no la moleste. En una carta que Alfonsina le escribió a María en abril de ese año le pidió perdón por no haberle copiado los versos solicitados antes.
En 1934 también publicó, después de ocho años, un nuevo libro llamado Mundo de siete pozos, una recopilación de poemas que dedicó a su hijo Alejandro. Gabriela Mistral, al leer el libro, comentó que poetas como ella nacen cada cien años. La foto de la tapa estaba dedicada a María Muller y era una prueba de cómo le gustaba lo que la vida le ofrecía a los cuarenta años. Lucía el pelo corto, la cabeza inclinada con coquetería y el brazo extendido en forma graciosa.
Ese verano lo pasó en el Real de San Carlos con su amiga Fifí, realizó largos paseos por el río descalza, descargó sus nervios y en su habitación durmió largas noches y también siestas, situación que repitió al verano siguiente agregando días en Montevideo y otros en Pocitos, en un hotel. En ese verano dieron comienzo sus problemas de salud.
El 23 de mayo de 1936, en el acto de inauguración del Obelisco de Buenos Aires, dio varias conferencias y en una de ellas señaló que la ciudad no tiene ni su poeta, ni su novelista, ni su dramaturgo pero sí su cantante de tango y señaló el barrio Sur como el baluarte de esa canción porteña. La conferencia se tituló Desovillando la raíz porteña y fue transmitida por radio.
Unos días después en otra ponencia llamada Teresa de Jesús en sangre, en la primera fundación de Buenos Aires señaló las similitudes de su letra con la de Teresa de Jesús y explicó las propiedades de la creatividad femenina. Alfonsina aceptó en esta ponencia la idea común de ese entonces que hace de la mujer algo así como un ancla, al contrario que sus primeras afirmaciones poéticas en las que preguntaba a su madre las claves de su nacimiento.
En 1937 escribió su último libro llamado Mascarilla y trébolBariloche, y trató de desarrollar una nueva forma de pensar la poesía y, por consiguiente, una nueva forma de pensar el mundo. Tenía que superar la muerte de Horacio Quiroga y evitar el retorno de la suya; se cuidaba de todo, cuando comía pan dejaba el trozo que había usado para sostenerlo. Su amiga Fifí Kusrow comprobó que estaba haciendo un exorcismo. De estos cambios habló en el prólogo de su último libro. publicado al año siguiente. Lo compuso durante las noches en
Alfonsina reflexionó sobre el resto de su vida, a los cuarenta y cinco años de edad y habiendo sufrido una enfermedad que difícilmente tuviese cura. Sabía que la amenaza estaba pendiente y lo reflejó en sus versos. El libro lo finalizó en diciembre de 1937 y se lo dio al amigo de sus inicios, Roberto Giusti. Cuando éste lo recibió lo leyó detenidamente y observó una manera particular de plantearse las asociaciones poéticas que le hizo recordar al español Góngora; principalmente, le llamó la atención la insistencia en el paisaje, sobre todo en el río. En un reportaje del año 1938 admitió que el libro le pareció «carecer de alma».
En enero de 1938 Alfonsina pasó sus vacaciones en Colonia y recibió el 26 de ese mes una invitación del Ministerio de Instrucción Pública Uruguayo que intentaba reunir en un mismo acto a las tres grandes poetas del momento: Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y ella. Se realizó en el Instituto Vázquez Acevedo solicitando la misiva «que haga en público la confesión de su forma y manera de crear». Esa invitación llegó un día antes del encuentro, fue en auto en compañía de su hijo y durante el trayecto escribió su conferencia sobre una valija que apoyó en sus rodillas. Es así que encontró un título divertido para la misma: «Entre un par de maletas a medio abrir y las manecillas del reloj». El resultado del encuentro fue exitoso y el público la aplaudía todo el tiempo, interrumpiendo su charla. Entre los presentes se encontraba Idea Vilariño.
En el viaje de regreso le comentó a su hijo los temores por la fragilidad de su salud, y también le expresó sus miedos a otras personas. Antes de regresar a Buenos Aires se hospedó en Colonia en la casa de su amiga Fifí, y una tarde en que salieron a caminar y se cruzaron con una víbora, expresó: «Esto no es bueno para mí» y agregó, riéndose: «Si alguna vez supiera que tengo una enfermedad incurable, me mataría. Alejandro puede defenderse y mi madre no necesita de mí». Al regresar a Buenos Aires se enteró del suicidio de Leopoldo Lugones en un recreo de Tigre y también de la hija de Horacio Quiroga, Eglé, con solo veintiséis años. Fue al Tigre todos los domingos ese año.
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